CÓMO DEBEMOS DE PROFUNDIZAR EN NUESTRAS MEDITACIONES
Extracto de la plática de Lionel del 6 de enero del 2004
Vamos a hablar hoy de cómo debemos de profundizar en nuestras meditaciones, repasando, al mismo tiempo, indicaciones que escribe San Juan de la Cruz que ya hemos visto anteriormente.
Para nutrir nuestro sentimiento y nuestro deseo de llegar a una Unión con Dios mediante la meditación, usamos frases, sonidos, imágenes, etcétera, pero tenemos que recordar que va a llegar el momento en el que tenemos que llegar al vacío total. Vacío de imágenes y de todo lo que hemos utilizado para lograr ese instante. No es necesario tener visiones ni ningún otro tipo de experiencias aunque éstas sí nos animan y nos llevan a profundizar más, o sea, éstas pueden servirnos, pero sólo por un tiempo. Para estar con uno mismo, uno no se mira en un espejo, porque sabe que lo que está en el espejo no es más que un reflejo. Esto no es muy diferente a la experiencia interna en cuanto a que las visiones son reflejos de nuestro interior. Mientras podamos ver lo que refleja a Dios no estamos en Dios. Es por eso que eventualmente tenemos que ir al vacío, libre de toda experiencia visual. No se quiere decir con esto que debemos rechazar el favor que nos llega cuando tenemos una visión durante nuestra meditación, pues son precisamente esas visiones las que alimentan nuestra fe y nos animan a continuar. Sin embargo no debemos cerrar los ojos esperando ver algo. Lo que se nos presente puede darnos fuerza y ánimo, pero tenemos que recordar que no debemos quedarnos ahí. Es por eso que es tan necesario vaciar la mente durante la meditación para poder llegar a los estados profundos de lo que Juan de la Cruz llama ‘contemplación’ y que eventualmente lleva al rapto que los orientales llaman samadhi.
Esto es lo que dice Juan de la Cruz al respecto:
“De donde yerran muchos espirituales, los cuales, habiendo ellos ejercitádose en llegarse a Dios por imágenes y formas y meditaciones cual conviene a principiantes, queriéndolos Dios recoger a bienes más espirituales interiores invisibles, quitándoles ya el gusto y jugo de la meditación discursiva, ellos no acaban ni se atreven ni saben disasirse ( deshacerse) de aquellos modos palpables a que están acostumbrados, y así, todavía trabajan por tenerlos, queriendo ir por consideración y meditación de formas como antes pensando que siempre había de ser así.”
Todo lo que veamos en término de imágenes durante nuestras meditaciones debe ser tomado con cautela, es como desarrollar una especie de profesionalismo. La emoción nos saca del estado meditativo. Si estamos meditando y tenemos una reacción emocional debido a una visión, ya no estamos meditando. Estas imágenes nos ayudan en muchos respectos, pero tenemos que saber cómo recibirlas para nuestro mejor provecho.
Algunas personas se quejan de que sientan a meditar día tras día y nunca pasa nada. Tienen que llegar a comprender que nada tiene que suceder. Es más que mientras menos suceda mejor, ya que la mente tiene que llegar a un vacío donde las emociones no la mantengan en el plano mental.
Todos los ejercicios que se dan son para alcanzar un estado meditativo, pero no son el estado meditativo. Podemos usar un mantra como “Om Nama Shivaya” u otra que son frases en sánscrito o simplemente una palabra como ‘Ram’ con el propósito de traer toda la atención a ese sonido y concentrarnos en él de manera que no exista nada más, hasta que llega el momento en el que lo dejamos de repetirlo conscientemente, aunque se continúa repitiendo en nuestro inconsciente y si hemos estado verdaderamente concentrados, entramos en un vacío aunque sea sólo por unos segundos. Nuestra práctica debe ser con el propósito de llegar a ese estado no con el propósito de tener experiencias. La meditación constante es lo que produce los cambios que queremos experimentar en nosotros, pero de nuevo hay que explicar que estos cambios no son palpables desde un principio y aunque estén ocurriendo uno puede pensar que no está alcanzando nada. Mediante la era moderna nos hemos entrenado a recibir resultados instantáneos, pero este no es el caso de la meditación. Estamos acostumbrados a mover un ‘switch’ y la luz se prende. En este caso nosotros prendemos el ‘switch’, pero hay que esperar para percibir la luz que esperamos.
El aspirante no debe observar el tiempo que lleva meditando ni mucho menos los efectos que esto ha tenido ya que, por una parte, algunos de los cambios que suceden en nosotros no son perceptibles de inmediato y por otra que lo que cambia en nosotros no tiene que ser precisamente lo que nosotros esperamos que cambie, o lo que creemos que tenemos que cambiar primero. De hecho esos cambios son a veces los últimos ya que para cambiar una característica en un ser humano tienen que cambiar primero muchas otras condiciones y rasgos de personalidad y carácter que son los que han dado lugar a esa característica. Por lo tanto el que medita pensando que está tomando un tipo de terapia y que va a tener resultados instantáneos está totalmente erróneo. De hecho eso es lo que a veces sucede en terapia que el paciente crea un cambio en él que no es real y las raíces de lo que no cambió, que quedaron enterradas, se manifiestan después en otras formas y otros rasgos de carácter. Hay algo más que tiene que tomar en cuenta el que medita, no debe uno, y ni siquiera es posible, meditar con un propósito fijo en mente que no sea otro que el de llegar al auto conocimiento o lo que se considera como la Unión. Como ya todos saben, la palabra ‘yoga’ es equivalente a yugo que quiere decir unión. Y para llegar a esa Unión como lo explican Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y muchos más, tanto en el oriente como en el occidente, es necesario pasar por un proceso. Ese proceso lo podemos ayudar nosotros por medio de un cierto entendimiento, por eso se recomienda tanto tener un guía o algún meditador con experiencia que lo observe y lo asesore a uno, ya que el aspirante se puede formar muchas ideas erróneas, como también se las puede hacer formar quienes no entiendan el proceso.
El acercamiento a nuestra divinidad interior va tomando lugar mediante una desnudez propia en lugar a través de la añadidura de virtudes y devociones como comúnmente se entiende. Tornarnos caritativos, estudiosos o piadosos es una añadidura que no toma raíces porque no se excava primero. No es convertirse en nada sino dejar de ser lo que creemos que somos. Esa es la desnudez de la que se habla. Dejar de ser implica conocer qué es lo que uno tiene que soltar, no lo que uno tiene que colocar en su lugar porque eso sucede automáticamente: cuando dejas de hacer daño, eres bueno, cuando dejas de hacer el mal, estás haciendo el bien, cuando dejas de ser egoísta eres espléndido, cuando dejas de ser orgulloso eres humilde, etcétera. No podemos crear la humildad, ni la bondad ni ninguna otra virtud porque la creamos a medias, según nuestro entendimiento de ella, y el resultado es que terminamos siendo espléndidos para unas cosas y egoístas para otras. El saber si podemos ser clasificados como espléndido o egoísta sería muy trabajoso y por supuesto, tampoco lo sabríamos nosotros porque estaríamos pensando que somos espléndidos sin notar todas las situaciones en las que no lo somos y ése es el peligro de sembrar virtudes sin quitar la maleza.
La semilla de todas las virtudes está en todos, sólo resta remover la maleza que no le permite brotar.
Todo este proceso se evita, no haciendo nuestra supuesta superación con la mente sino abriéndonos a que ésta tome lugar y solamente hacer el papel de observadores para ver en qué va uno fallando.
Algo “en lo que yerran mucho los espirituales” para usar las descriptivas palabras de Juan de la Cruz, es en acumular suficientes virtudes para con ellas excusar sus limitaciones. Es como decirse que uno es tan bueno que sus faltas le deben perdonadas. Eso es precisamente un producto de la acumulación de supuestas virtudes y precisamente lo opuesto de lo que haría un aspirante sincero o un místico como Juan de la Cruz.
Recordemos muy bien que no se trata de acumular virtudes sino de eliminar las faltas por medio de la meditación, la devoción, la mirada interior, la práctica, la observación de uno mismo y todo lo demás que nos ocasione que las veamos.