Lección del domingo 1 de mayo del 2005
Si le estamos explicando algo a alguien y la persona piensa o nos dice que no estamos en lo correcto ¿para qué vamos a llevar la explicación más allá?
Los aspirantes tenemos que analizar nuestro conocimiento y nuestras convicciones porque es en eso en lo que nos estamos basando para vivir día a día.
Muchos venimos de una creencia que se lleva por diez mandamientos y siete pecados capitales. Si estamos más o menos dentro de la norma en el seguimiento de estos, nos sentimos satisfechos y eso es lo mismo que esperamos de las personas con quienes nos asociamos. Ya sabemos que coincidimos en nuestra sociedad con la mayoría de los que llevan estos mandamientos en el orden de importancia, que no es necesariamente en el que están listados, sino en lo que la sociedad puede llevar a cabo y admite como tolerable. Todos sabemos que son muy pocos los que aman a Dios sobre todas las cosas, por eso no nos preocupamos mucho de ese primer mandamiento, ya que ni siquiera nos podemos imaginar lo que quiere decir. En cuanto a no usar Su Santo Nombre en vano, no estamos seguros cuando se considera en vano, pero nos cuidamos de no jurar por Dios, especialmente si estamos diciendo algo que no es cierto. En cuanto a Santificar las Fiestas sabemos que hay un gran nivel de tolerancia en ese mandamiento. Mientras que honrar padre y madre es algo que casi todos nos creemos que hacemos, a no ser que no se lo merezcan. Los otros son relativamente fáciles, excepto por el que se refiere a la vida sexual que está en mucha necesidad de ser re-examinado en nuestra sociedad, junto con otros problemas referentes al mismo tema.
Después de esto, Santo Tomas de Aquino nos presenta en el siglo trece una lista adicional y los llama pecados capitales, siendo la explicación de este nombre altamente mal interpretada y en parte desconocida, ya que según el mismo Santo Tomás: “El término ‘capital’ no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados.”
Los pecados capitales son enumerados por Santo Tomás como siete: vanagloria (orgullo y soberbia), avaricia, glotonería, lujuria, pereza, envidia e ira. Según el santo, “un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal”.
Lo que se desea o se rechaza en los pecados capitales puede ser material o espiritual, real o imaginario. De estos, el que menos reconocemos es la vanagloria (orgullo o soberbia) porque no está muy bien definido y es, a veces, muy difícil de detectar en uno mismo, especialmente después de las diferentes definiciones que se le han dado a través del psicoanálisis. En sí, podríamos decir que de la autoestima al orgullo no hay más que un paso. Es debido a eso que es tan peligrosa, especialmente en estos tiempos en que se le da tanta importancia a la competencia, a ser “el mejor” y a destacarse de alguna forma. Esto ya no se considera una falta porque ¿cómo vamos a vivir sin ambiciones? Sin embargo, tenemos que comprender que Santo Tomás no los llamó pecados capitales por su magnitud, o valor propio, ni porque eran los más importantes, sino porque dan origen a muchas otras faltas. Vean hoy día, por ejemplo, como los atletas, en su afán de ser los mejores, han estado haciendo trampa al ingerir esteroides. Ése es el resultado de la necesidad de la vanagloria u orgullo.
La avaricia nos puede llevar al robo y al maltrato de los demás. La lujuria puede llevar al hombre a violentas violaciones y hasta el asesinato. La envidia ha sido causa de muchos crímenes… y así sucesivamente. Todo esto explica por qué el término “capitales” no necesariamente implica que son los peores sino que son los que nos pueden traer peores consecuencias.
Observando la base de nuestra educación espiritual, nos encontramos con estas 17 manifestaciones de nuestras posibles fallas (10 mandamientos y 7 pecados capitales). El tratar de superar las 17 nos puede llevar a un desconsuelo o una desesperación interna, al mismo tiempo de que el deseo de ser perfectos nos puede llevar a grandes frustraciones. Es precisamente debido a esto, que necesitamos guía espiritual, ya que podríamos entrar en pánico, en frustración, en desilusión y en todo tipo de malos entendimientos.
Otra razón por la que necesitamos alguna forma
de guía espiritual es porque es un hecho, muy comprobado, que nuestra mente y
nuestras emociones nos pueden dictar algo totalmente falso o erróneo, pero que
lo tomamos en serio porque sentimos que viene de nuestro interior.
Examinemos un poco nuestro interior. Para que un conocimiento
interno llegue a nuestro consciente tiene que atravesar por un laberinto de
emociones, deseos y conceptos. Observen cuantas cosas podemos pensar cuando
oímos algo procedente del exterior y las vueltas que le podemos dar en nuestra
mente antes de llegar a una conclusión. Lo mismo sucede cuando viene algo de
nuestro interior, al atravesar por nuestro campo de emociones va recogiendo
reacciones y creando todo tipo de ideas que no tienen nada que ver con el
pensamiento original.
Imagínense que hay pequeños diamantes en el fondo de un pozo que está lleno de lodo e inmundicias. Cuando traemos una carga del fondo a la superficie ¿cómo podemos distinguir el diamante que está cubierto de lodo si no se le remueve todo lo que lo encubre?
Lo mismo sucede con todo lo que viene, no sólo de nuestra mente, sino de nuestro conocimiento interno que hemos acumulado a través de muchas vidas pero que no es hasta que borremos todas nuestras reacciones y conceptos que lo podemos comenzar a reconocer. Y aún cuando ya lo hemos descubierto y reconocido en nuestra mente como real y lo consideramos como una base para seguir adelante, nuevas experiencias lo pueden volver a opacar. Ése es el motivo por el cual tenemos que estar examinando y controlando nuestras emociones. Hay seres en la tierra en cuyo espíritu existen grandes posibilidades que lo pueden llevar a un cierto modo de vida que eventualmente lo acerque al conocimiento, pero las distracciones del mundo terrenal son tantas y tan variadas y se crea uno tantos caprichos y conceptos que pierde la esencia de lo que vio interiormente en un principio. A eso se debe que el entrenamiento espiritual sea tan complicado. Mientras estamos haciendo una cosa, nuestra mente, alterada por emociones, nos está dictando otra. Por qué se creen ustedes que los santos hacían tantas disciplinas y tantos sacrificios ¿porque eran seres masoquistas? No, ellos sabían lo que estaban haciendo y sabían que a la mente tiene que ser retada constantemente. Los que nos enseñan nos muestran como retar nuestra mente. Hay muchas formas de hacerlo y una muy básica es el contemplar y analizar nuestros sentimientos y nuestros deseos. Los conocedores nunca le echan la culpa al próximo. La razón es porque ya conocen eso como un escape demasiado básico para ser tomado en cuenta. Más bien se dedican a sacar al otro de por medio, al que dijo lo que no debía haber dicho o hizo lo que no debía haber hecho, y se dedican a ver su propia participación, porque, en sí, el ser víctima del error de otro no nos conduce a ningún entendimiento, sino más bien nos crea todo tipo de excusas para nuestro comportamiento.