LECCIONES DE LIONEL

Lección del Domingo 22 de Febrero 2009

 

¿Qué es el ego? ¿A qué se le llama ego? El diccionario Webster dice que el ego es la “identidad propia”. Que, por supuesto, es bastante allegado a la realidad, pero que, al mismo tiempo indica que depende del concepto que tengamos de nosotros mismos y este puede ser real o irreal.

El diccionario Hispano Universal tiene la palabra “egoarca”  y la describe como: “aquel que se cree con el derecho a regular su propia moral” (en sí es algo muy conocido), también tiene la palabra “egolatría” que es el culto de sí mismo. Cuando te crees que sabes mucho eres un ególatra. Pero no describe la palabra “ego” por sí misma. Y por último el diccionario español más reciente que es el de María Moliner lo describe como un sufijo con el que se forman adjetivos o que es “empleado en forma afija en palabras derivadas y compuestas cultas” – Eso es lo que dice María Moliner. De ahí describe palabras como “egoísmo”, “egoísta” y “egocéntrico”.  Todos sabemos que “ego” viene del latín y quiere decir “yo” – “Ego sunt” quiere decir yo soy. Por lo tanto, preguntar  ¿qué es el ego? Es en sí,  como preguntar qué es el “yo” y todo el mundo sabe lo que el “yo” es. Pero nadie sabe que también es el yo más allá de aquel al que se está refiriendo a uno mismo. Dejando a un lado las definiciones psicológicas y gramaticales, veamos entonces el “yo” en nosotros mismos. Si lo tratamos de definir, son tantas las facetas que tiene que nunca podríamos llegar a una definición completa, por lo tanto, vayamos al origen: “ego sunt”, yo soy. Eso no nos explica qué somos ni quiénes somos. Sólo en términos muy superficiales definidos mayormente por una carrera u oficio. Si alguien te pregunta “quien eres”  tienes que referirte a tu familia o tu oficio o alguna amistad que puedas tener en común con el que te lo pregunta, simplemente para que la persona te pueda asociar a algo o alguien y no ser simplemente un individuo.   Una vez en una pequeña reunión de conocidos en la que yo no conocía casi nadie, se me acerca un señor muy elegante y bien parecido y me dice “Hola, yo soy Leonard Bernstein”. Todo lo que se me ocurrió decir fue “Yo soy Lionel Fernández” – Porque qué más le podría decir. De inmediato vinieron a saludarlo otras personas y eso terminó nuestro encuentro. Yo recuerdo ese momento por tratarse de una celebridad, pero dudo mucho que el Sr. Bernstein lo recuerde. En otra ocasión me presentaron a Dianne Caroll, era la segunda vez que me la presentaban y yo me sorprendí cuando ella dijo muy amablemente “Ah sí, ya nos conocemos” -  Esas personas aparentan tener una identidad que alcanza un alto nivel. Sin embargo, podrían pasar toda una vida siendo una celebridad que todo el mundo conoce y no tener una identidad propia más allá de la que ve el público. El deportista, el actor, el músico, el político que es conocido por todos, puede no tener una identidad propia que vaya más allá de su rol en la Tierra. Es debido a eso que uno no debe identificarse a sí mismo por lo que hace ni convertirse en la persona de su oficio. Hay personas que nada más me conocieron como diseñador si me ven conduciendo una meditación en la Catedral de San Juan el Divino con  Hilda Charlton, no me identificarían ¿Quien seré yo? ¿Para quién soy el diseñador, para quién soy su empleado, para quién soy su jefe, para quién soy el maestro de meditación?.... ¿Se podría poner de pie el verdadero Lionel? No, porque él todavía no sabe quién es.

Si se nos dice quienes somos, pretendemos entenderlo, pero, aún así, formamos nuestra propia versión.

La mayoría de los problemas que tenemos como seres humanos radican en nuestro concepto del “yo”, o sea de nosotros mismos, el yo conceptual. Cualquier situación nos puede llevar a cambiar un concepto de nosotros mismos en nada de tiempo.

El trauma mayor que podemos experimentar es el cambiar los conceptos que hemos formado de nosotros mismos. Porque  es precisamente eso lo que está dirigiendo nuestras acciones y decisiones. A eso se debe que elijamos quedarnos con el concepto que tengamos, defenderlo y adaptar al mismo las situaciones que nos rodeen, en lugar de adaptarnos nosotros a la situación, porque eso requiere un cambio en nosotros. Cambiar un concepto en nosotros nos causa mucho miedo porque pensamos que quizás nunca más nos volveríamos a identificar. Es como esos juegos en los que vas acumulando piezas y se va poniendo una sobre la otra y cambias una de lugar se cae todo lo que se ha armado y hay que comenzar de nuevo. Pero, en ciertas ocasiones, es lo mejor que nos podría pasar.  Esto incluiría situaciones que hayan sido creadas por nosotros mismos. El miedo al cambio es un instinto totalmente natural y no se nos puede culpar por tenerlo. Sin embargo, sí es necesario superarlo, al igual que muchos otros instintos, ya sean naturales o creados. Aunque el miedo al cambio es lo último que uno supera y es a eso a lo que espiritualmente  se le llama “la entrega” que a muchos no nos llega hasta la hora de la muerte. La entrega es la cumbre de nuestra espiritualidad. La espiritualidad está basada en la aceptación de una fuerza única que rige todo lo que existe y nosotros dependemos de esa fuerza para nuestra existencia.  

 

 

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